lunes, 21 de julio de 2008

Lluvia

Narciso Yepes toca el estudio genial de Villalobos, su guitarra de 10 cuerdas, una velocidad mayor que lo normal.

Libros de papel marrón, si se quiere marcar la página doblándola se corta, libros con y patios con plantas resguardadas de la aridez exterior del Mediterráneo, historias trágicas.


Nace un llanto en una tarde eterna, no tiene tiempo cronológico definido: los trajes de los presentes se confunden y transforman vagamente una y otra vez, como si transitando un túnel del tiempo debieran ajustarse a cada época. Mientras, un espiritu nuevo abre los ojos enormes y dulcemente oscuros por primera vez. Su mirada es serena, y casi impersonal. Sonríen sus pupilas, con la placidez de un espiritu viejo. Es el nacimiento atemporal de mi propia alma. Alma que comparto con otros.

Aplausos y miradas curiosas por el recien llegado, mientras en sus ojos profundos observa los colores de la tarde de primavera, principios de verano. Las sombras son rojizas, y los verdes cambiantes. Hay un festejo humilde y alegre, y el bebe ya lleva signado en si mismo el grueso de todos los destinos, el mio y el de mis hermanos desconocidos. Fortalezas y debilidades propias de un alma tan segura, tan sensible, siempre maravillada aunque vieja. Es su eje involuntario el amor. Un nacimiento es producto del amor del universo. Mi alma, de cierta fuerza dulce y penetrante del mundo. Fuerzas más impulsivas y resistenes dieron a luz a aquella alma que hace de mi contrapartida.

Todos nosotros tenemos un alma madre, parida por distintas fuerzas del universo...

Esas fuerzas base generan una particular visión y sentir del mundo.
Si tuviera que describir las mías, diría que traen en sí mismas una melancolía levemente dolorosa, llena de un aroma gris y húmedo, de unos colores intensificados de las cosas, como en un día de lluvia. Una melancolía de base, debida al simple hecho de ser tanto y tan poco. De los extremos. Poder llegar tan alto y tan bajo. De la certeza de que el hombre pueda realizar las acciones más bellas y elevadas y las más brutales y egoístas. De que un cuerpo conformado por tantos pequeños y mayores huesos, pueda contener almas tan gigantes, ricas y amplias como el mundo, como el universo. Melancolía de recorrer toda una vida, y que en esencia esta se mantenga siempre en un mismo punto. Los acontecimientos, las acciones de una vida son movimientos de granos de arena mínimos y tan importantes para nosotros como pequeños somos. A veces mueven dunas, a veces tantas cosas...pero individualmente, el escenario es siempre uno sólo, la experiencia de ese alma que transcurre la vida durante un cierto tiempo.

Y sin embargo, es todo tan maravilloso. Tan lleno de magia, y tan penetrante. El alma es como una caja de poros inmensos y voraces, que absorben cada instante fugaz de vida, más valiosa que el alma misma por momentos.

Esta contradicción, estos dos principios chocan y fundiéndose generan la melancolia existencial, una melancolía estructural para los que compartimos este sentir del mundo.




Esta es la tendencia de la melancolía nata de los INFP! (Sepanlo, el que genere una explicación mejor que la diga).